Uno de los exploradores que han recorrido recientemente entre el Orinoco y el Amazonas, regiones de selva virgen donde ningún blanco había penetrado todavía, cuenta que para ganar el respeto y confianza de los indios tuvieron la idea de poner los discos que llevaban con ellos. Música negra, música de danza occidental, todo en vano. Por azar pusieron la Sinfonía n.26 de Mozart. Podemos ver hoy en fotografía a un hombre de la edad de piedra, escuchando girar ese pedazo de cera donde se ha depositado el producto más puro, más sutil de siglos de la cultura occidental. Es un rostro trastornado por la emoción. Gaetan Picon.
domingo, 10 de enero de 2010
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