Raros son, tanto en la vida como en el arte, los momentos sublimes y memorables. En su labor continua e indiferente, la Historia va entrelazando la gigantesca cadena de los siglos y ordena los hechos humanos de un modo para nosotros ininteligible. Todo exige tiempo: cualquier acontecimiento requiere preparación. La revelación de un genio en un pueblo cualquiera es el fruto de millones de seres que le han precedido; un momento estelar de la Humanidad significa la sucesión de horas, días, meses y años, al parecer estériles, que no se aplican hasta su culminación en algo decisivo. Paralelamente a lo que acontece en el mundo del arte, en que un genio perdura a través de los tiempos, en la Historia un momento determinado marca el rumbo de siglos y siglos. Lo mismo que en la punta del pararrayos converge la electricidad de la atmósfera, un espacio insignificante de tiempo contiene el germen de una serie de hechos que van desarrollándose en el futuro. Paralelos o sucesivos, los sucesos cotidianos van siguiendo su ritmo tranquilo e intrascendente hasta llegar a, por así decirlo, comprimirse en un instante decisivo y determinado que señala un nuevo curso a la Historia. Stefan Zweig.
domingo, 10 de enero de 2010
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