“Todo hombre es extranjero” me dije apenas toqué suelo mexicano. Al comienzo, tal vez no fuera esa consigna más que una bandera de defensa. Me aseguré: El hombre es siempre un extranjero. A los pocos días, cuando sentí que la mirada se me abría en éxtasis permanente, que la curiosidad rebasaba sus límites aparentemente frívolos, y que una suerte de amor se me derramaba como un alcohol desconocido, comencé a vivir aquellas palabras con que yo mismo hiciera mi recibimiento. Sí, así es. El hombre es un extranjero. Cada cierto tiempo debería obligarse a los hombres a emigrar: es preciso que sepamos y realicemos en nuestra vida esta intuición: ser extranjero. Ay de aquel que se arraiga y, pasados los años, empieza a predicar la apología de lo propio! Hombre viejo, hasta cuándo podrás mantener esta ilusión? Eduardo Anguita.
domingo, 10 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario