De repente Pablo de Rokha me dio su mano podrida, sí desde la última puerta de las últimas puertas, y como yo soy yo Pablo de Rokha, me asusté mucho, pero mucho, desde entonces siempre llevo toda la barba crecida, como los murciélagos elegantes; hoy no quiero encender mi cigarro porque puedo incendiar el mundo. Pablo de Rokha.
domingo, 10 de enero de 2010
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